martes, 10 de octubre de 2023

Emigraciones, rostro de la pobreza del siglo XXI

Willians De Jesús Salvador Este artículo tiene como objetivo analizar el fenómeno de las emigraciones en el contexto latinoamericano, considerando sus causas, consecuencias y desafíos. Se parte de la premisa de que las emigraciones son una expresión de la pobreza y la desigualdad que afectan a los países de la región, pero también una estrategia de supervivencia y movilidad social para los migrantes y sus familias. Asimismo, se reconoce el aporte de las emigraciones al desarrollo económico y social tanto de los países de origen como de destino, mediante el envío de remesas, la transferencia de conocimientos, la diversificación cultural y la integración regional. La emigración se define como el acto de salir de un país o lugar de origen para establecerse en otro, generalmente por motivos económicos, laborales o sociales. Se enmarca en el concepto más amplio de las migraciones humanas, que comprenden tanto la emigración como la inmigración. ¿Qué es un inmigrante? Se trata de un término genérico no definido en el derecho internacional que, por uso común, se refiere a toda persona que se traslada fuera de su lugar de residencia habitual, ya sea dentro de un país o a través de una frontera internacional, de forma temporal o permanente, y por diversas razones. Las migraciones son un fenómeno histórico y universal que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes y que ha contribuido a la conformación de las diferentes culturas y civilizaciones. Entre los ejemplos más antiguos de migraciones se encuentran el destierro del ser humano del paraíso terrenal según el relato bíblico, el éxodo del pueblo judío desde Egipto hasta la tierra prometida, o las grandes migraciones de los pueblos bárbaros que provocaron la caída del Imperio Romano. En este análisis nos centraremos en las migraciones latinoamericanas del siglo XXI, las cuales han tenido como principales características la diversificación de los destinos, la feminización, la transnacionalización y la precarización. En las últimas décadas, millones de latinoamericanos han emigrado hacia otros países de la región o hacia otras regiones del mundo, especialmente hacia Estados Unidos y Europa. Estos flujos migratorios responden a factores estructurales como la pobreza, el desempleo, la violencia, la inestabilidad política y la falta de oportunidades en sus países de origen, así como a factores coyunturales como las crisis económicas, los desastres naturales o los conflictos armados. Al mismo tiempo, los migrantes buscan mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias, acceder a mejores servicios públicos, educación y salud, ampliar sus redes sociales y culturales, y ejercer sus derechos humanos. Sin embargo, el proceso migratorio también implica una serie de riesgos y dificultades para los migrantes, tales como la explotación laboral, la discriminación, la xenofobia, la separación familiar o la irregularidad jurídica. Las emigraciones tienen un impacto significativo tanto en los países de origen como en los países de destino. Por un lado, los países de origen se benefician del envío de remesas que realizan los migrantes a sus familias, las cuales representan una importante fuente de ingresos y divisas que contribuyen al alivio de la pobreza, al consumo, al ahorro y a la inversión productiva. Asimismo, los migrantes pueden transferir conocimientos, habilidades y experiencias adquiridas en los países de destino que favorecen el desarrollo humano y social de sus comunidades de origen. Por otro lado, los países de destino se benefician del aporte laboral, económico y cultural que realizan los migrantes a sus sociedades receptoras. Los migrantes cubren sectores productivos que requieren mano de obra intensiva o calificada que no es suplida por la población local. Además, los migrantes enriquecen la diversidad cultural y fomentan el intercambio y el diálogo entre diferentes grupos étnicos, religiosos e ideológicos. Las emigraciones plantean también una serie de retos y desafíos tanto para los países de origen como para los países de destino. Por un lado, los países de origen deben enfrentar la pérdida de capital humano y social que supone la salida de sus ciudadanos, especialmente de los más jóvenes y preparados. Asimismo, deben garantizar la protección y el bienestar de sus migrantes en el exterior, así como facilitar su integración, participación y retorno. Por otro lado, los países de destino deben garantizar el respeto y la promoción de los derechos humanos de los migrantes, independientemente de su situación legal. Asimismo, deben fomentar la inclusión social y la convivencia pacífica entre los migrantes y la población local, evitando la discriminación, la xenofobia y el racismo. Finalmente, tanto los países de origen como los países de destino deben impulsar una cooperación efectiva y una gobernabilidad democrática de las migraciones, basadas en el diálogo, el consenso y el respeto mutuo.

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